Hay instantes en los que, sin razón aparente, hacemos un repaso mental de todo un poco, así a lo loco. Esos momentos suelen coincidir cuando estamos en silencio, absortos en nuestros pensamientos. El mundo sigue girando, nuestro móvil continúa sigue notificando los mensajes de WhatsApp, las conversaciones de los vecinos se cuelan en nuestra habitación… todo sigue avanzando, excepto tú. Porque te encuentras sumido en un minuto de silencio. Un minuto que inviertes en recordar.

Me he sorprendido dedicando ese minuto de silencio a las fiestas universitarias que tantas neuronas mataron, a esa despreocupación juvenil y a aquella chaqueta de pelotillas que tanto abrigaba y que, en tardes más frías como hoy, echo de menos.
Un minuto de silencio a esas compañías que dejaron de serlo, a los besos robados, los olvidados y a esos que nunca me atreví a dar… silencio por los amigos que ya no veo por la distancia que nos separa, por los ataques de risa inoportunos, por los miedos que dejaron de atemorizarme.
Un minuto de silencio por las lágrimas de felicidad, por los viajes improvisados, por la locura transitoria, por la improvisación, por los años en los que el futuro no era lo importante.
Silencio también dedicado a mis sueños infantiles, a mis ilusiones perdidas, a la fuerza que nunca parecía flaquear, a los planes jamás ejecutados, a las quedadas que nunca tuvieron lugar, a los «a ver si nos vemos»…
Un minuto de silencio por mí y por todos mis compañeros, por quienes fuimos y no volveremos a ser y por quienes somos y ya no seremos.
Un minuto silencio rodeado de ruido, un silencio nuestro, por y para nosotros. Un silencio personal e intransferible dedicado al recuerdo de lo que dejamos atrás.
Sed buenos
Danae