Hoy me he levantado con ganas de té, algo raro teniendo en cuenta que apenas he dormido un par de horas. Sin embargo, hoy domingo, con los ojos doloridos y con una energía poco propia tras una noche de insomnio, me he preparado la infusión y, por primera vez, he sido consciente de haber creado mi propia tradición del té.
Siempre me han hecho gracia esas películas y series británicas en las que en situaciones de crisis lo primero que hacen es preparar un té. Yo, que alterno té y café según qué días, según los nervios y según la cantidad que tenga de cada cosa en su bote, me he dado cuenta que he aumentado la ingesta del primero porque es lo único que me impide mandarlo todo a la mierda.
Al leer de una pasada los titulares del periódico, parece que el mundo está peor que de costumbre: más furioso, más loco. Todos sabemos que nunca fue dócil, mucho menos cuerdo. En realidad, poco ha cambiado. Habrá quien opine que vivimos tiempos difíciles, pero siempre lo son. Siempre hay guerras, siempre hay hambrunas, siempre hay injusticia. Siempre, siempre, siempre; lo que ocurre es que ahora nos enteramos, o eso se supone.
Algo bueno que tiene Internet es que tenemos acceso a toda la información que queramos. La parte negativa es también esa: podemos enterarnos de todo lo que ocurre, y no parece que sea algo para lo que estemos preparados. Es una afirmación un tanto cobarde, pero viviendo en este mar de información, a veces falsa, a veces incompleta, es fácil que el exceso de noticias nos provoque hartazgo y su consecuente insensibilidad o apatía según se dé el caso.
En una de las películas del Señor de los Anillos, Frodo le dice a Gandalf “Desearía que no hubiera ocurrido en mi tiempo” y el mago, siempre tan acertado, le contesta “así lo desean todos en momentos difíciles”. Y así lo deseamos todos, no queremos ese peso sobre nuestros hombros. Nadie lo quiere.
Esta sensación de vivir una realidad sacada de un libro de Ciencia Ficción, ha conseguido que ciertas costumbres se hayan vuelto aún más importantes. Mi desahogo de buena mañana es el té. Solo. Sin edulcorantes ni leche que rebajen su sabor amargo. Por unos minutos, dejo de lado todo lo que no se encuentre dentro de mi taza blanca con el barniz algo agrietado por el paso del tiempo. Lo que me importa es la bebida que tengo entre mis manos, su sabor, el calor que recorre mi garganta. Nada más.
Danae