Una muñeca vestida de azul

Resuena el tic tac del reloj y suspiramos. Nos hacemos mayores. Siempre hay algo que nos lo recuerda, como si no fuera suficiente crecer sin guía. Pero supongamos que lo hemos asumido. Hemos asumido que no somos Peter Pan, que no podemos ser eternamente jóvenes, mucho menos niños. Lo dicho. Vamos a suponerlo.

Somos adultos y debemos actuar como tal, sea lo que sea eso. Como algunos andamos muy perdidos siempre hay alguien que se presta a dar consejos sobre qué debemos hacer para, por lo menos, parecer adultos, como desterrar de nuestras vidas todos esos objetos que son considerados infantiles. Cuando pasan los años, uno se pregunta cuánto de esa infancia debe mantener, ¿cuándo se es suficiente mayor para seguir guardando o comprando peluches y muñecos? ¿Cuándo es el momento de deshacerse de ellos? ¿Realmente hay un momento para ello?.

niña bailando

Veréis, cerca de mi cama tengo una muñeca de trapo. Vestida  de azul, con el pelo rizado y cara de no haber roto un plato en su vida. Es normal, es una muñeca. Mi abuela materna me la regaló. No recuerdo cuándo, ni el motivo, solo sé que siempre ha estado ahí y nunca me he planteado guardarla ni donarla. Ha sido testigo de todo lo que me ha convertido en lo que soy, bueno, malo e inclasificable, mejor mantenerla cerca.

Hay objetos que nos acompañan toda la vida. Objetos con los que hemos jugado, a los que nos hemos abrazado en los días malos, porque sí, los niños también tienen días malos; objetos que tienen vida propia porque nosotros se la dimos. Pero un día te haces mayor y ya no sabes qué hacer con todo eso que, sin saber cómo ni cuándo, se han convertido en trastos, así que los guardas en cajas que no vuelves a abrir hasta años después.

Nos hacemos mayores y decidimos que es hora de dar una utilidad a todo eso que guardamos en cajas, así que donamos la mayor parte de esos juguetes para que otros niños puedan disfrutar de ellos. Siempre nos quedamos con unos pocos, los «intocables», los favoritos de nuestro yo del pasado: aquel libro en el que nos refugiábamos y nos llevaba lejos, los muñecos a los que abrazábamos cuando estábamos tristes o los peluches que nos defendieron de las pesadillas que nos despertaban llorando.

Yo tengo una muñeca vestida de azul cerca de mi cama porque me la regaló mi abuela, al igual que conservo otros tantos objetos infantiles porque son mucho más que simples juguetes. Como dicen los minimalistas, guarda solo lo que te haga feliz, aunque sea una muñeca vestida de azul.

Sed buenos
Danae