Valorar la imperfección

El otro día, al intentar mover una librería, rompí sin querer una pequeña taza de porcelana que uso a modo de maceta para uno de mis cactus. La tierra por el suelo, el cactus moribundo pidiendo ayuda, el asa separada de la taza… el desastre en unos pocos segundos. La mayoría de los desastres suceden en pocos segundos, algunos insignificantes como este, solucionable con un poco de cola, otros tan grandes que ni el mejor de los pegamentos puede arreglar.

No son pocos los objetos que tengo en mi casa a los que les falta una parte de su cuerpo, mutilados por la torpeza o por accidentes que no vi venir: tazas sin asa, cuencos resquebrajados, platos cascados por el borde, un escaparate de muertos vivientes que guardo porque siempre les encuentro una utilidad.

En Japón se practica una técnica llamada Kintsugi, que básicamente consiste en reparar el objeto roto no con el objetivo de ocultar el desperfecto sino de acentuarlo. Esta técnica se basa en la creencia de que si un objeto se daña y tiene una historia, se convierte en algo bello. La mayoría de los objetos tienen una, no os rodeéis de objetos sin alma, es preferible dejarlos ir.

Recuerdo con cariño el suelo de la casa de mi madre, un suelo de madera que nos ha sobrevivido a mi hermano y a mí, a las bengalas que encendíamos en las celebraciones, a nuestros partidos de fútbol en el pasillo, al arrastrar de muebles, a los juegos y a las carreras. Nunca se ha arreglado, no se ha hecho nada, salvo dejarle vivir a su aire. Algunos ven fealdad, yo mi infancia en sus huellas.

De un modo directo o indirecto, nos han enseñado que la imperfección es algo negativo, en lo material y en lo personal. Queremos los suelos perfectos, esos laminados como el que tengo yo en mi casa que no expresan nada, los muebles impolutos, la vajilla sin un rasguño…objetos sin alma. La vida perfecta también, con su cuerpo perfecto, el maquillaje perfecto, la personalidad perfecta, sin crisis, sin marcas… algo que nunca podremos alcanzar por el simple hecho de ser humanos.

A veces las cosas se rompen. A veces tienen arreglo. A veces no. Normalmente no importa. Ocasionalmente sí, pero tampoco hay mucho que podamos hacer. Hay belleza en eso. En lo entero y en lo roto, en lo que se arregla y en lo que no. Lo importante es el valor. El que damos. A los objetos. A su historia. A nosotros.

Danae