Ayer hablé con un amigo sobre el tipo de tema que suele terminar con el tono elevado y un silencio como punto final. Yo no lo llamaría discusión, tal vez debate, pero tampoco estoy segura. Los dos somos personas diferentes, por no decir opuestas. Yo no sé muchas cosas y él parece absorber cada dato y hecho que se publica. Ante lo que no sé no puedo posicionarme, así que le escuchaba y procuraba entender su posición aunque no la compartiera en ciertos aspectos. También entendía la contraria, algo que le sacaba de quicio.
El interior de una persona es un mundo enrevesado de opiniones, juicios y prejuicios. Nos matamos con la razón, nos volvemos ciegos, gritones, simple y llanamente porque creemos que lo que se cuece en nuestro cerebro es lo correcto. ¿Por qué los demás no lo ven así? ¿Por qué quienes piensan de forma contraria también creen tener la razón? ¿Por qué pensamos que nuestra verdad es la absoluta?
Después de dos cervezas y una conversación tensa que dio paso a otra más superficial y amable, regresé a casa y me puse a ver el documental de Netflix «La tierra es plana». Al comentárselo a una amiga, me preguntó, pero no porque te lo creas ¿verdad? No, no porque me lo crea. Nos hemos acostumbrado a ver, leer y escuchar solo aquello que encaja con nuestros pensamientos, cuando en realidad la única manera de crecer como personas es estar lo más abiertos posible a otras opiniones e ideas.
El documental, como su nombre indica, habla sobre la idea de que la Tierra es plana. Más allá del enfoque elegido – con el que no estoy muy de acuerdo-, está el hecho de que miles – ¿millones?- de personas defiendan tal creencia a pesar de todo y por encima de todo lo demás, sin que exista ninguna evidencia que demuestre tal cosa.
Nos aferramos a ciertas ideas como si nuestra vida dependiera de ello, nos relacionamos con personas que piensan como nosotros, un gesto que nos impide mirar más allá. Es posible que estar con quienes reafirman lo que «sabemos» sea un mecanismo de defensa para evitar el dolor, porque mirar fuera de lo que conocemos puede mostrarnos que estamos equivocados y eso es algo difícil de digerir.
Hay que busca la verdad, siempre. Llegar a ella como niños curiosos que quieren saber más, no como adultos que buscan tener la razón. No se trata de un pulso, ni de una guerra, conocer no debería tratarse de eso. ¿Sabéis lo peor que puede ocurrirle a alguien que se equivoca? Que aprende.