Vivimos para contar

Esto de estar en casa nos ha vuelto unos contadores natos. Algunos cuentan los días que llevan confinados, otros los que quedan para poder salir- si es que eso puede contabilizarse de alguna manera-; también los hay que cuentan calorías consumidas, ingeridas y quienes buscan kilos de más en su báscula.

La mayoría contamos historias, las nuestras. Necesitamos ser escuchados. Contamos a través de las redes sociales, contamos me gusta, comentarios; contamos los segundos para terminar nuestra serie de ejercicios, contamos los kilos de las mancuernas, los paquetes de harina que vamos a utilizar para nuestra repostería, contamos las botellas de vino y las latas de cerveza vacías que yacen moribundas y deformadas en el cubo de basura. Contamos las comida que nos queda, los días que podremos aguantar sin tener que ir al supermercado, las horas trabajadas, el dinero que tenemos y el que nos quedará.

Contamos el número de libros leídos que son muchos más de los que hemos leído en un año; contamos las videollamadas que vamos a hacer, los pintalabios que nos sientan bien, el jabón que nos queda… También contamos las veces que hemos limpiado la casa y nos preguntamos cómo es posible que siga habiendo polvo, porque tenemos que contar con los misterios absurdos de la vida, de eso que no falte.

woman lying on green grass field
Photo by Helena Lopes on Pexels.com

Habrá también quien cuente las horas que duerme, los besos que no ha dado, los abrazos de sus hijos, la cantidad de azúcar ingerida, las lavadoras que aún quedan por poner, las facturas que deberá pagar… Contamos todo, porque no estamos para olvidar nada.

Yo también cuento, claro. Cuento las personas que salen puntuales a aplaudir, los vecinos que saludan con la mano como si fueran niños a los coches de policías, bomberos y ambulancias que, en ocasiones, recorren mi calle «sireneando» y observo la ilusión infantil en sus rostros al ver cómo sus saludos son devueltos con la misma energía, porque somos niños sin importar la edad, no lo olvidemos. Cuento las veces que el vecino de enfrente saca la cabeza por la ventana para fumar y tira su colilla al suelo de nuestro patio interior, cuento los cafés relajados, las infusiones reconfortantes, las horas de sol, las ventanas iluminadas a la hora de cenar o los CD’s que he escuchado y que hacía años que permanecían olvidados en sus fundas.

Contamos sonrisas y optimismos y pesimismos y lágrimas y pañuelos y paracetamoles y velas consumidas y copas de vino sin terminar. Contamos porque vivimos y vivimos para contarlo. Qué suerte.

Danae