Como siempre llego tarde. Hoy a vacunarme. Llego al Palacio de Congresos donde estoy citada. Yo y otros tantísimos más. Bueno, más bien otros tantísimos más y yo.
Llego sudada, con mi piel brillante por la crema solar. Me pongo en la cola. Se me cuela uno. No le digo nada a lo mejor no me ha visto o simplemente es un despistado. Sigo sin decirle nada. Tengo demasiado calor para hablar. Avanzo intermitentemente. Paso lento, me detengo para reanudar de nuevo el paso a los pocos segundos. La mayoría de personas caminan con la vista fija en su móvil, pero todos seguimos el mismo ritmo: un par de pasos, nos paramos, un par de pasos, nos paramos. Así todo el rato, movimientos automáticos en una fila que parece no terminar.
Ya en la puerta me pongo gel en las manos y me toman la temperatura. Me señalan el camino y sigo a los demás. De los veinticinco grados de fuera paso a los diecisiete y medio del interior. Vuelvo al andar pesado y automático.
Avanzo por los pasillos estrechos con un murmullo de voces como música ambiental. El ritmo no decae: un par de pasos y nos paramos, un par de pasos y nos paramos. Me viene a la mente los tambores de Semana Santa, y de esa solemnidad me traslado a El libro de la selva, y me convierto en el pequeño elefante que busca seguir el ritmo del «un, dos, tres, cuatro. Con el un, dos, tres, cuatro…».
Es mi turno. Digo mi DNI, me reincorporo a la fila. Es mi turno. Me pinchan. Espero sentada un rato y observo a mi alrededor: más miradas fijas en los móviles, el selfie de rigor post vacuna y personas mirando a la nada, o al todo, como yo. Salgo fuera.
Me siento en el borde de la fuente que hay en la entrada y espero unos cuantos minutos más. Dejo que el sol me temple de nuevo el cuerpo, y miro las atracciones de las ferias a medio montar, la gente que baja a la playa cargada con sillas y sombrillas, personas que esperan en la entrada del edificio a sus amigos o familiares. Esto lo presupongo, porque ninguno lleva la tirita que nos etiqueta como recién vacunados.
Voy en busca de mi hermano. Por el camino pienso en aquellas enfermeras que he dejado atrás. Nosotros dando dos pasos y parando de forma automática mientras ellas saludan, piden el DNI, pinchan y se despiden. Y así todo el rato. No sé qué conclusión sacar de todo esto. Hace sol y calor y necesito parar de verdad. Supongo que no soy la única.
Danae